12/15/24 - Tercera domingo de Adviento
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Esta semana celebramos la Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, y nos recordamos de la increíble gracia que Dios le otorgó desde el mismo momento de su concepción. Esta fiesta honra la preservación de María del pecado original, haciéndola “llena de gracia” y preparada para ser la Madre de nuestro Salvador. La Inmaculada Concepción no debe confundirse con la Anunciación. La Anunciación, que celebramos el 25 de marzo, marca el momento en que el Ángel Gabriel visitó a María para anunciarle que concebiría a Jesús por obra del Espíritu Santo. Es el momento en que María, aunque libre de pecado, es llamada a decir su “sí” al plan de salvación de Dios, ofreciéndose a convertirse en la Madre de Dios.
En cambio, la Inmaculada Concepción celebra el momento en que María fue concebida en el vientre de su madre, Santa Ana, por una gracia singular de Dios, y preservada del pecado original desde el mismo comienzo de su existencia. La Iglesia enseña que María fue concebida sin pecado porque fue elegida para ser la madre del Salvador, y Dios, en Su inmenso amor y sabiduría, la preparó de la manera más perfecta para este rol. Esta fiesta es un recordatorio de la preparación y el cuidado de Dios para con Su más precioso recipiente, María. Al ser preservada del pecado original, ella fue la más pura de todos los seres humanos, capaz de llevar dentro de sí la misma Palabra de Dios. Esta gracia especial no es solo un punto teológico, sino un signo del inmenso amor y la providencia que Dios tiene por todos nosotros. A través de ella, Dios estaba preparando el camino para que naciera Jesús, el Salvador del mundo.
En los Estados Unidos, la Inmaculada Concepción no solo es una fiesta de reflexión personal sobre la gracia de Dios, sino también una fiesta nacional. Como Patrona de los Estados Unidos, María bajo este título es un símbolo poderoso de la pureza y la esperanza a las que estamos llamados a vivir en nuestra nación. Así como María fue preservada del pecado, nosotros también estamos llamados a vivir vidas que busquen la santidad, a preservar y proteger la pureza de nuestros corazones, y a seguir la voluntad de Dios en todas las cosas. La fiesta nos invita a acudir a la Santísima Madre para protección, intercesión y guía. Ella, como la Inmaculada Concepción, es un modelo de pureza, santidad y devoción a la voluntad de Dios. Su intercesión, especialmente en esta fiesta, nos llama a vivir nuestra fe con mayor fidelidad y a confiar en que ella nos llevará hacia su Hijo, Jesucristo.
Cuando reflexionamos sobre la importancia del rol de María en nuestras vidas, no podemos evitar recordar las visiones de Santa Bernardita Soubirous en Lourdes, Francia, en 1858. María se apareció a Bernardita como una joven en una gruta, y en uno de los momentos más profundos, cuando Bernardita le preguntó: “¿Quién eres tú?”, la Virgen respondió sencillamente: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta revelación a Bernardita es profundamente significativa, especialmente en el contexto de la definición formal de la Inmaculada Concepción por parte de la Iglesia solo unos años antes, en 1854. Al identificarse como la Inmaculada Concepción, María afirmó la enseñanza de la Iglesia sobre su gracia y misión únicas. Fue un momento de profunda importancia teológica, donde María se reveló de una manera que vinculaba directamente el misterio celestial con el mundo terrenal. Ella dejó claro que ella, la Inmaculada, formaba parte del gran plan de salvación y era una madre que se preocupa profundamente por todos nosotros. Las palabras de María a Bernardita también nos recuerdan que la gracia de la Inmaculada Concepción no es un privilegio reservado solo para María, sino una gracia que se extiende a todos nosotros. Así como María fue preservada del pecado, también nosotros estamos llamados a ser preservados en la santidad, caminando por el sendero de la pureza, el amor y la devoción a Dios.
A medida que nos acercamos a la celebración de la Navidad, también recordamos la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, que celebramos el 12 de diciembre. Nuestra Señora se apareció a San Juan Diego en 1531 en México, dándole una imagen milagrosa de sí misma en su tilma (manto). Ella apareció como una mujer vestida con el sol, la luna bajo sus pies y estrellas alrededor de su cabeza, un hermoso signo de su rol como Reina del Cielo.
Nuestra Señora de Guadalupe es un símbolo poderoso del amor y el cuidado de María por el pueblo de las Américas, y su mensaje continúa resonando con nosotros hoy en día. En las palabras que le habló a Juan Diego: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección?”, escuchamos los ecos de la protección que María, la Inmaculada Concepción, ofrece a todos nosotros, especialmente a los que necesitan consuelo y esperanza. Su cuidado maternal no está limitado a un solo lugar o pueblo, sino que se extiende universalmente, llamando a todos a acercarse a su Hijo, Jesucristo.
En las fiestas marianas que rodean el Adviento, vemos un hermoso paquete de gracia desplegándose. María, concebida sin pecado, prepara el camino para la venida de Cristo al mundo. El encuentro de Santa Bernardita con María nos recuerda el gran misterio de la obra de Dios en el mundo y la santidad a la que todos estamos llamados. Nuestra Señora de Guadalupe nos invita a experimentar el amor de Dios de una manera personal, invitándonos a una relación más profunda con Cristo. Que la intercesión de Nuestra Señora, la Inmaculada Concepción, Patrona de los Estados Unidos, esté con todos nosotros mientras esperamos la venida de Cristo en esta Navidad. ¡Dios bendiga a todos siempre!
P. Stan