4/20/25 - Domingo de Resurrección
Queridos hermanos y hermanas,
“¡Jesucristo ha resucitado! ¡Aleluya!”
Hoy nos encontramos de pie ante la entrada de un sepulcro vacío, llenos de asombro y maravilla. La Pascua no es solo una celebración de un acontecimiento ocurrido hace mucho tiempo — es un recordatorio profundo de que la victoria de Cristo sobre la muerte es real para nosotros hoy. Su Resurrección abre un nuevo camino para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, un camino de vida, de esperanza y de misericordia infinita.
En el Evangelio de hoy (Juan 20, 1-9), María Magdalena llega al sepulcro en la oscuridad de la madrugada. Ella está de luto, confundida, buscando — y es precisamente allí, en medio de su dolor, donde irrumpe la primera luz de la Pascua. La piedra ha sido removida. El sepulcro está vacío. Algo nuevo, algo inimaginable, ha sucedido.
La Pascua nos invita a traer nuestras propias penas, dudas y temores a la luz de la Resurrección. Jesús nos encuentra no cuando ya tenemos todo resuelto, sino precisamente cuando más necesitamos de su amor salvador.
El Cristo Resucitado nos llama por nuestro nombre y nos envía a vivir no en el miedo, sino en la profunda alegría de saber que el Amor ha vencido todo sufrimiento y hasta la misma muerte. Entreguémosle aquello que más nos preocupa, y dejemos que la luz de su Resurrección le dé un nuevo significado que brille hacia la eternidad.
Que este tiempo pascual sea para todos un tiempo de profundo encuentro con el Señor Resucitado. Que su victoria sea fuente de nuestro valor, de nuestra paz y de nuestra esperanza. ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
Aquí quiero desearles a todos una ¡Feliz Pascua en compañía de sus familias y amigos! Que sea para ustedes un tiempo de descanso y de compartir. Quiero agradecer sinceramente a todos los que ayudaron a preparar las celebraciones de toda la Semana Santa, desde el Domingo de Ramos hasta la Pascua: a quienes limpiaron la iglesia y sus alrededores, a quienes la decoraron, a quienes prepararon las palmas, el vía crucis y cada celebración.
Agradezco también a los que ayudaron con el estacionamiento y el orden después de cada celebración.
Que el Señor bendiga a cada uno con una experiencia profunda de su presencia.
¡Que Dios los bendiga siempre!
P. Stan