28 de septiembre de 2025 - 26 Domingo del Tiempo Ordinario
Queries hermanos y hermanas en Cristo:
En el Evangelio de hoy, Jesús cuenta la historia del hombre rico que se vestía con ropas elegantes y vivía en el lujo, mientras que a la puerta de su casa yacía el pobre Lázaro, hambriento y cubierto de llagas. Después de la muerte, sus destinos se invierten: Lázaro es consolado en el cielo, mientras que el rico sufre. Esta parábola no trata solamente de la riqueza, sino de la ceguera del corazón. El rico nunca se dio cuenta de Lázaro. Su pecado no fue ser rico, sino ignorar el sufrimiento de alguien que estaba justo delante de él. Pasaba por encima de Lázaro cada día sin verlo como a un hermano necesitado. Su negativa a mostrar misericordia en vida lo dejó incapaz de recibir misericordia en la muerte. Jesús nos recuerda que nuestra fe no se trata solo de lo que creemos, sino de cómo lo vivimos en el amor y en la misericordia.
En la segunda lectura, san Pablo exhorta a Timoteo a “buscar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia y la mansedumbre” (1 Tim 6,11). El verdadero discipulado no se mide por las posesiones ni por el estatus, sino por las virtudes que nos moldean en Cristo. Estamos llamados a perseverar en la fe y a mantener los ojos fijos en la vida eterna. Las Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia ya nos guían hacia la compasión, la generosidad y la justicia. Como los hermanos del hombre rico, no necesitamos más señales: necesitamos ojos abiertos y corazones dispuestos. Cada Lázaro con el que nos encontramos —ya sea el pobre, el solitario, el enfermo o el ignorado— es el mismo Cristo disfrazado.
Esta semana, pidamos la gracia de ver de verdad. De darnos cuenta del “Lázaro” que está en nuestra puerta. De pasar del confort a la compasión, y de la indiferencia al amor. ¿Quién es el “Lázaro” en mi vida? ¿Cómo puedo responder con fe, amor y mansedumbre? Porque, al final, no es lo que guardamos, sino lo que damos, lo que nos conduce a la vida eterna. Estas lecturas, unidas, nos invitan a vivir con los ojos abiertos y con corazones generosos. Los pobres y los vulnerables no son interrupciones de nuestra comodidad: son Cristo en nuestra puerta. Ignorarlos es arriesgar la separación eterna; servirlos es abrazar la vida que Dios promete. ¡Que Dios los bendiga siempre!
P. Stan