3/30/25 - Cuarto Domingo  de Cuaresma

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy, mientras avanzamos en nuestro camino cuaresmal, la Iglesia nos ofrece una de las parábolas más poderosas y amadas de Jesús: la Parábola del Hijo Pródigo. Esta parábola, que solo se encuentra en el Evangelio de Lucas, revela el corazón mismo de Dios: un Padre rico en misericordia, siempre dispuesto a recibir de nuevo a sus hijos, sin importar cuán lejos se hayan alejado.

         La parábola que Jesús nos cuenta hoy trata sobre un padre y sus dos hijos. Cada uno de ellos representa una manera distinta en la que las personas pueden relacionarse con Dios.

     El hijo menor representa a los pecadores que se apartan de Dios en busca de satisfacción en el mundo. Exige su herencia, lo que equivale a desear la muerte de su padre, y la derrocha en una vida desenfrenada. Llega al punto más bajo, alimentando cerdos, una situación humillante para un judío. Pero en su miseria, recapacita y se da cuenta de que incluso los sirvientes de su padre viven mejor que él. Decide regresar, no como hijo, sino como un jornalero contratado.

       La respuesta del padre es asombrosa. En lugar de esperar a que su hijo le pida perdón de rodillas, corre hacia él, un signo de amor profundo y de desprecio por las normas sociales de la época. Lo abraza, lo besa y lo restaura como hijo con una túnica, un anillo y un banquete. La alegría del padre es abrumadora: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado” (Lucas 15:24).

       El hijo mayor, en cambio, representa a aquellos que, aunque externamente obedientes, albergan resentimiento y autosuficiencia. No puede comprender la misericordia del padre y se niega a unirse a la celebración. Su actitud refleja a quienes creen que han ganado el amor de Dios y les cuesta aceptar que la salvación es un don gratuito.

         Esta parábola ilustra maravillosamente lo que San Pablo nos dice en la segunda lectura: “Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:18).

     Como el hijo menor, todos nos apartamos de Dios de diversas maneras. El pecado nos distancia de Él, pero a través del arrepentimiento, siempre podemos regresar. La Cuaresma es un tiempo para reflexionar: ¿En qué me he alejado? ¿He buscado satisfacción en cosas que no pueden llenar mi corazón?

     Como el padre, Dios siempre está listo para abrazarnos. El Sacramento de la Reconciliación es nuestra invitación a recibir ese abrazo. El padre no castiga a su hijo, sino que lo restaura, al igual que la confesión restaura nuestra relación con Dios.

       Como el hijo mayor, debemos examinar nuestro corazón. ¿Nos alegramos cuando un pecador regresa, o lo juzgamos? ¿Reconocemos nuestra propia necesidad de misericordia? La verdadera conversión significa aprender a amar como el Padre ama.

         La celebración de hoy es una invitación a confiar en la infinita misericordia de Dios. El Papa Francisco nos recuerda frecuentemente que “Dios nunca se cansa de perdonarnos; somos nosotros los que nos cansamos de buscar Su misericordia.” Este domingo nos recuerda que no importa cuán oscuros sean nuestros pecados o cuán lejos nos hayamos alejado, el amor de Dios es más grande.

         Mientras continuamos nuestro camino cuaresmal, comprometámonos a: Volver a Dios con un corazón humilde y arrepentido. Buscar la reconciliación a través de la confesión, confiando en Su misericordia. Alegrarnos en el amor de Dios y extender esa misma misericordia a los demás. Que nunca olvidemos: Nuestro Padre nos espera con los brazos abiertos. Volvamos a Él hoy.

¡Que Dios los bendiga siempre!   

P. Stan

Hoy, mientras avanzamos en nuestro camino cuaresmal, la Iglesia nos ofrece una de las parábolas más poderosas y amadas de Jesús: la Parábola del Hijo Pródigo. Esta parábola, que solo se encuentra en el Evangelio de Lucas, revela el corazón mismo de Dios: un Padre rico en misericordia, siempre dispuesto a recibir de nuevo a sus hijos, sin importar cuán lejos se hayan alejado.

         La parábola que Jesús nos cuenta hoy trata sobre un padre y sus dos hijos. Cada uno de ellos representa una manera distinta en la que las personas pueden relacionarse con Dios.

     El hijo menor representa a los pecadores que se apartan de Dios en busca de satisfacción en el mundo. Exige su herencia, lo que equivale a desear la muerte de su padre, y la derrocha en una vida desenfrenada. Llega al punto más bajo, alimentando cerdos, una situación humillante para un judío. Pero en su miseria, recapacita y se da cuenta de que incluso los sirvientes de su padre viven mejor que él. Decide regresar, no como hijo, sino como un jornalero contratado.

       La respuesta del padre es asombrosa. En lugar de esperar a que su hijo le pida perdón de rodillas, corre hacia él, un signo de amor profundo y de desprecio por las normas sociales de la época. Lo abraza, lo besa y lo restaura como hijo con una túnica, un anillo y un banquete. La alegría del padre es abrumadora: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado” (Lucas 15:24).

       El hijo mayor, en cambio, representa a aquellos que, aunque externamente obedientes, albergan resentimiento y autosuficiencia. No puede comprender la misericordia del padre y se niega a unirse a la celebración. Su actitud refleja a quienes creen que han ganado el amor de Dios y les cuesta aceptar que la salvación es un don gratuito.

         Esta parábola ilustra maravillosamente lo que San Pablo nos dice en la segunda lectura: “Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:18).

      Como el hijo menor, todos nos apartamos de Dios de diversas maneras. El pecado nos distancia de Él, pero a través del arrepentimiento, siempre podemos regresar. La Cuaresma es un tiempo para reflexionar: ¿En qué me he alejado? ¿He buscado satisfacción en cosas que no pueden llenar mi corazón?

      Como el padre, Dios siempre está listo para abrazarnos. El Sacramento de la Reconciliación es nuestra invitación a recibir ese abrazo. El padre no castiga a su hijo, sino que lo restaura, al igual que la confesión restaura nuestra relación con Dios.

       Como el hijo mayor, debemos examinar nuestro corazón. ¿Nos alegramos cuando un pecador regresa, o lo juzgamos? ¿Reconocemos nuestra propia necesidad de misericordia? La verdadera conversión significa aprender a amar como el Padre ama.

         La celebración de hoy es una invitación a confiar en la infinita misericordia de Dios. El Papa Francisco nos recuerda frecuentemente que “Dios nunca se cansa de perdonarnos; somos nosotros los que nos cansamos de buscar Su misericordia.” Este domingo nos recuerda que no importa cuán oscuros sean nuestros pecados o cuán lejos nos hayamos alejado, el amor de Dios es más grande.

          Mientras continuamos nuestro camino cuaresmal, comprometámonos a: Volver a Dios con un corazón humilde y arrepentido. Buscar la reconciliación a través de la confesión, confiando en Su misericordia. Alegrarnos en el amor de Dios y extender esa misma misericordia a los demás. Que nunca olvidemos: Nuestro Padre nos espera con los brazos abiertos. Volvamos a Él hoy.