6/1/25 - Septimo Domingo de Pascua

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: 

El pasado jueves celebramos la Ascensión del Señor, una solemnidad que muchas veces pasa silenciosamente por el calendario litúrgico, pero que tiene un profundo significado para nuestra fe y nuestras vidas. Después de su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos durante cuarenta días, enseñándoles, animándolos y preparándolos. Y luego, en un momento impresionante y misterioso, fue “elevado, y una nube lo ocultó de su vista” (Hechos 1,9).

A primera vista, la Ascensión puede parecer una despedida: Jesús se va y deja atrás a los discípulos. Pero no es un final; es un comienzo. Al ascender al cielo, Jesús nos abre el camino. No simplemente regresa al Padre—lleva consigo nuestra humanidad. Nuestro Salvador, que caminó en nuestro polvo y cargó con nuestras heridas, ahora está sentado a la derecha de Dios. Esa no es solo su victoria—es nuestra esperanza. La Ascensión nos recuerda que el cielo es nuestro verdadero hogar.

Pero esta fiesta también nos vuelve a dirigir la mirada hacia la tierra. Justo antes de ascender, Jesús les dio una misión a los apóstoles: “Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda criatura.” (Marcos 16,15) Y luego, mientras los discípulos se quedaban allí, quizás sorprendidos o inseguros, se les aparecen unos ángeles que les dicen: “¿Qué hacen allí mirando al cielo?” (Hechos 1,11) Es un empujón suave, pero claro: No se queden mirando hacia arriba—salgan. El trabajo ahora es de ustedes. Ustedes son los testigos. Ustedes son los mensajeros. El Evangelio necesita ser vivido y compartido. Y sobre todo, la Ascensión no significa que Jesús se ha ido. Significa que ahora está en todas partes. A través del Espíritu Santo, Jesús está siempre con nosotros: en los sacramentos, en la Palabra, en la Iglesia, en cada acto de amor y en cada momento de oración. Como Él mismo lo prometió: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mateo 28,20) 

Al reflexionar esta semana sobre la Ascensión, preguntémonos: Vivo con la mirada puesta en el cielo? ¿Estoy compartiendo el Evangelio con mis palabras y acciones? ¿Confío en que Jesús está realmente conmigo, incluso cuando me siento solo? No nos quedemos quietos, mirando al cielo. Caminemos con propósito, sabiendo que Cristo reina en gloria—y sigue caminando con nosotros.

Ven Espíritu Santo. Danos el valor para llevar adelante la misión en la vida cotidiana. Esta vivencia de fe se expresa claramente en nuestra parroquia: en todas las celebraciones, en los grupos de oración, en cada recepción de los sacramentos, en cada actividad y acción. Todo está orientado a proclamar a Jesús: su encarnación, vida, muerte, resurrección y ascensión. Y ahora, solo esperamos su venida en gloria.

Nuestra próxima gran celebración será Pentecostés, el próximo domingo, con las Confirmaciones de adultos. Y el sábado siguiente celebraremos las Confirmaciones de nuestros jóvenes. Estas son celebraciones gloriosas de la madurez cristiana y del fortalecimiento de los creyentes por parte de Dios Padre y de Jesús, que envían al Espíritu Santo para la santificación y edificación de la Iglesia y de todos sus miembros.

Todos nosotros formamos parte de este maravilloso proceso, al apoyar la Formación de Fe Familiar y el funcionamiento de nuestra parroquia. Expreso mi sincera gratitud a la Sra. Bertha, a todos los maestros y colaboradores, y a cada uno de ustedes que participa en la vida de nuestra comunidad parroquial. Formamos un solo Cuerpo en Cristo. ¡Dios los bendiga siempre! 

P. Stan