2/16/25 - 6th Domingo de Tiempo Ordinario
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Las lecturas de hoy nos presentan un contraste claro: el camino de la confianza en Dios frente al camino de la confianza en la fuerza humana. El profeta Jeremías, San Pablo y nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio nos ofrecen diferentes perspectivas sobre dónde debemos colocar nuestra esperanza, nuestra seguridad y nuestra confianza última. Nos enseñan que confiar en el Señor es el camino hacia la verdadera bienaventuranza.
El profeta habla de dos caminos: ¿Maldito o bendito? Jeremías nos ofrece una imagen vívida en nuestra primera lectura: “Maldito el hombre que confía en el hombre, que busca su fuerza en la carne y aparta su corazón del Señor. Será como un arbusto en el desierto, que no disfruta del cambio de estaciones.”
En contraste, dice: “Bendito el hombre que confía en el Señor y pone en Él su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente.”
Este pasaje nos invita a preguntarnos: ¿Dónde pongo mi confianza? ¿En mí mismo? ¿En los demás? ¿O en el Señor? Es fácil confiar en lo que podemos ver: la riqueza, el poder, las relaciones humanas o nuestras propias habilidades. Pero estas cosas, aunque buenas en sí mismas, no pueden darnos seguridad duradera. Si confiamos solo en nosotros mismos, somos como ese arbusto seco, marchitándonos bajo las pruebas de la vida. Pero si confiamos en Dios, somos como el árbol junto al agua, recibiendo vida de Su gracia incluso en tiempos de sequía.
San Pablo nos recuerda que Cristo es nuestra esperanza. En la segunda lectura, San Pablo recuerda a los corintios que la fe en la resurrección de Cristo es la base de nuestra esperanza: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe.” El mundo nos enseña a buscar seguridad en la riqueza, el éxito o la comodidad. Pero Pablo nos recuerda que estas cosas son temporales. Si nuestra esperanza es solo para esta vida, entonces somos, como él dice, “los más dignos de lástima.” Pero porque Cristo ha resucitado verdaderamente, sabemos que el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra. Por eso podemos soportar las dificultades con fe y permanecer firmes en la esperanza, incluso cuando la vida es difícil. No vivimos solo para este mundo; vivimos para la eternidad.
En el Evangelio, Jesús nos da las Bienaventuranzas de una manera que puede inquietarnos. No solo dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu,” como en el Evangelio de Mateo. En cambio, dice: “Bienaventurados ustedes, los pobres… Bienaventurados ustedes, los que ahora tienen hambre… Bienaventurados ustedes, los que ahora lloran…” Y sigue con advertencias:” ¡Ay de ustedes, los ricos!… ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados!… ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen!”
A primera vista, estas palabras pueden ser impactantes. ¿Acaso Jesús está condenando la riqueza o la felicidad? No, pero nos está desafiando a preguntarnos: ¿En qué dependo? ¿Qué estoy buscando en la vida? Si ponemos toda nuestra confianza en la riqueza, la comodidad o la aprobación humana, podemos disfrutar de una satisfacción temporal, pero corremos el riesgo de perder de vista a Dios. Pero si confiamos en Dios, incluso en medio del sufrimiento, somos verdaderamente bienaventurados porque nuestra recompensa es eterna.
¿Cómo podemos vivir este mensaje en nuestra vida diaria?
1. Confiar en Dios, no en la seguridad del mundo.
Cuando enfrentamos dificultades, ¿acudimos primero a Dios o tratamos de resolver todo por nuestra cuenta? La oración y la fe deben ser nuestro fundamento.
2. Reconocer que el sufrimiento puede ser un camino hacia la bendición. Cuando la vida es difícil, podemos volvernos amargados o acercarnos más a Dios. La cruz nos lleva a la resurrección.
3. Ser generosos con lo que tenemos. Si Jesús nos advierte sobre la confianza en la riqueza, debemos usar nuestras bendiciones para servir a los demás en lugar de acumularlas solo para nosotros.
Queridos hermanos y hermanas, las lecturas de hoy nos llaman a poner nuestra confianza en Dios por encima de todo. Si edificamos nuestra vida sobre Él, seremos como ese árbol junto al agua: fuertes, firmes y fructíferos, sin importar lo que venga. Pidamos la gracia de confiar plenamente en el Señor, sabiendo que en Él encontramos la verdadera bienaventuranza.
¡Que Dios los bendiga siempre!
P. Stan