21 de diciembre de 2025 - Cuartro Domingo de Adviento

Quieridos hermanos y hermanas: 

Mientras el Adviento llega a su cierre silencioso y lleno de esperanza, la Iglesia nos invita a colocarnos junto a José. El Evangelio del Cuarto Domingo de Adviento aún no nos sitúa ante el pesebre, ni entre los ángeles que cantan en el cielo nocturno. Más bien, nos introduce en el mundo interior de un hombre justo que lucha con la confusión, el miedo y la fe. Mateo nos dice que María se encuentra encinta “por obra del Espíritu Santo”. Para José, estas palabras llegan antes de la comprensión. Él solo sabe que la mujer que ama está embarazada y que el niño no es suyo. Su mundo se derrumba en silencio. La Escritura no describe ira ni acusación; en cambio, revela algo mucho más sorprendente: misericordia. José decide repudiar a María en secreto, para evitarle la vergüenza y el peligro. Incluso en medio del dolor, elige la compasión.

Aquí es donde Dios entra en la historia, no con trueno, sino en un sueño. El mensaje del ángel es sencillo y a la vez estremecedor: no tengas miedo. A José se le pide confiar en lo que no puede probar, aceptar un futuro que no había planeado y asumir la responsabilidad de un niño que no es biológicamente suyo, pero que dependerá completamente de él. En ese momento, José deja de ser una figura secundaria y se convierte en un verdadero modelo de discípulo. Mateo nos recuerda que todo esto cumple la antigua promesa: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel”. Dios-con-nosotros no llega en circunstancias ideales. Emmanuel viene en medio del malentendido, la vulnerabilidad y el riesgo. Dios elige entrar en el mundo no a través del poder, sino de la confianza: una confianza depositada en dos personas sencillas que dicen sí de maneras distintas.

El sí de José es silencioso. No pronuncia ninguna palabra registrada en la Escritura. Su obediencia se manifiesta en la acción: recibe a María en su casa, pone al niño el nombre de Jesús y entrega su vida para proteger y cuidar al Hijo de Dios. Al hacerlo, José nos enseña que la fe muchas veces tiene menos que ver con comprenderlo todo y más con hacer lo correcto en el momento presente. Mientras nos preparamos para la Navidad, este Evangelio nos plantea una pregunta incómoda: ¿dónde nos está pidiendo Dios confiar más allá de nuestros planes? Tal vez sea en una situación familiar que no podemos controlar, en una llamada que resulta inconveniente, o en un miedo que nos quita el sueño. Como José, quizá deseemos claridad antes del compromiso. Dios, en cambio, nos ofrece una presencia: Emmanuel.

El Cuarto Domingo de Adviento nos recuerda que la Navidad no se trata de perfección. Se trata de Dios entrando en el desorden de la vida humana real. Cuando José despierta de su sueño, Mateo nos dice simplemente: “Hizo lo que el ángel del Señor le había mandado”. Esa obediencia abre espacio para que la salvación entre en el mundo. Al concluir el Adviento, que aprendamos del valor de José. Que acojamos a Cristo no solo en nuestras decoraciones y tradiciones, sino también en nuestras incertidumbres, en nuestras decisiones y en nuestra obediencia cotidiana. Emmanuel ya está cerca. La pregunta es si le haremos lugar en nuestras almas, en nuestras vidas, en nuestros hogares.

¡Que Dios bendiga siempre a todos!

P. Stan